sábado, febrero 19, 2011

Correr por izquierda


Es asombroso. Cada vez me sorprendo más. La capacidad de algunas personas de apelar a un izquierdismo chicanero para poner en orsai o situar en evidencia como cómplice de explotación burguesa al ocasional interlocutor, es sorprendente. No importa la pertenencia partidaria. Puede ser un radical, un pinista, un socialista o un muchacho del PRO (descarto a los amigos troscos por cuestiones obvias).

Lo resonante es que siempre se puede correr por izquierda a quien, esencialmente, ocupa lugares de poder. La causa es simple: las estructuras burocráticas, las relaciones institucionales y la acumulación de fuerzas, son de derecha desde esa óptica. Como quienes suelen apurar desde la izquierda no profesan ninguna voluntad de poder y se reducen a meros fiscalizadores de la actualidad, no suelen inquietarse por disquisiciones de semejante ramplonería.

La corrida por izquierda suele hacerse desde un no-lugar, desde un sitio de privilegio en cuanto a la observación científica. Ese no-lugar es tremendamente cómodo, no sea cosa que embarrarse en la mierda política y manchar la levita. Porque, claro, cuando algo por lo cual uno llenó páginas y páginas –incluso hasta militó- se cumple pero por designio de otros, uno debe desconfiar de las intenciones. No son puras, auténticas, como las nuestras. No, señor.

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El gran problema con el que cuenta la izquierda en línea general radica en la praxis, no en lo discursivo. Es muy sencillo desembarazarse del fracaso del socialismo real tirándole los cadáveres a Stalin, Pol Pot, Mao y Ceaucescu. No es un dato menor. En todas las experiencias socialistas del siglo XX no sólo no se ahorraron mililitros de sangre ni hectáreas de alambres de púa, sino que tampoco se colaboró demasiado para mejorar la calidad de las vidas de los pobladores de esos lugares (aún con sus bemoles, quiero excluir del combo a los cubanos, tema harto discutible también pero signado por un entorno beligerante inédito en el mundo). En síntesis: el socialismo práctico ha sido un gran dolor de cabeza para la humanidad, hasta ahora. Y de eso no es fácil salir a la hora del debate, porque la política es la praxis para transformar la realidad y pelear por el poder. O como dijo el General, la única verdad es la realidad. El resto, es helado caliente.

Días atrás, leyendo a Artemio López, me topé gracias a su recomendación con un texto de Louis Althusser que desconocía. Se llama “Dos o tres palabras (brutales) sobre Marx y Lenin” y es realmente esclarecedor. Demuele las certezas dogmáticas, sin más. Los popes del comunismo no era elegidos caídos de Neptuno con la verdad develada. Acerca el purismo, Althusser se pregunta “¿qué puede significar para un materialista, una teoría pura y completa? (…) nuestros autores, quienes se adentraron en un terreno desconocido, eran, cualesquiera fuesen sus cualidades, hombres como nosotros: buscaban, dudaban, expuestos a los equívocos, a los retrocesos, a los avances y a los errores de toda investigación. No hay que asombrarse si su obra conlleva dificultades, contradicciones y lagunas”. Hombres, solamente hombres embadurnados de la cloaca política de la realidad, no de jornadas masturbatorias infinitas.

El viejo francés reconocía, entre tantas otras cosas, que la relación del marxismo con el Estado burgués era por demás compleja, sobre todo si se sitúa el escrito: pleno descontrol setentista en todo el mundo. Allí, don Louis señala que “este problema del Estado se ha tornado hoy vital para el movimiento obrero y popular: vital para comprender la historia y el funcionamiento de los países del Este, en donde Estado y partido forman un “mecanismo único”; vital cuando se trata para las fuerzas populares de acceder al poder y de actuar en la perspectiva de una transformación democrática revolucionaria del Estado en miras a su “desaparición”.

Por último, reconociendo gran parte del fracaso socialista en el siglo, Althusser se remite a nuevas “luchas de masas, (que la dan) una nueva fuerza a su teoría, modificar la ideología, la organización y las prácticas, para abrir un verdadero futuro de revolución social, política y cultural a la clase obrera y a los trabajadores”. Y, sí, el franchute al final parece que se peronizó.

Levantar la puntería

La carrera electoral y sus consecuentes operaciones mediático-politicas, lógicamente, copan y coparán las marquesinas hasta octubre. Pero entre tanta hojarasca suceden demasiadas cosas que extrañamente pasan desapercibidas y tienen absoluto correlato con los posicionamientos políticos adoptados por las distintas fuerzas en pugna, de cara a los próximos años. Dicho esto debido a los pobres planteamientos elaborados sobre todo desde el arco opositor, que se suponen, son superadores de la etapa actual.

Días atrás, a finales de enero, la majestuosa Turín fue noticia y no por la Juventus: los trabajadores de la planta Mirafiori de FIAT aprobaron un régimen insólito basado en el recorte de sus derechos. La movida, que contó con el respaldo de empresarios y sectores de izquierda, significa un retroceso peligroso que tendrá un estruendoso eco en el resto del mundo y que ya se había iniciado a principios de enero en otra instalación de la mega empresa situada en Pomigliano, al sur de Italia. El ardid, ya apolillado de la automotriz fue la amenaza de trasladar las plantas a otros lugares del mundo porque los números no le cerraban, así de simple. Turín, uno de los bastiones de la izquierda italiana -núcleo de los autonomistas y brigadistas-, ciudad que transpiraba industria -y por ende, repleta de proletariado- y musa de Antonio Gramsci, cambiará para siempre: los propios operarios (6 de cada 10) aceptaron reducirse los salarios, endurecer las condiciones laborales, correrse del convenio colectivo de los metalúrgicos. Se trata de un golpe simbólico -y no tanto- a la mandíbula del progresismo y la izquierda dura peninsular, de esos difíciles de tragar, porque determinan que la punta del facón ya atravesó la piel y nadie sabe hasta dónde puede llegar el mango. Y, evidentemente, es una muestra cabal de que la sociedad de ese país bajó los brazos, se rindió. Siempre es posible empeorar.

Sin embargo, sería muy cómodo desde lo analítico apuntarle los cañones a un impresentable como Berlusconi. El drama, pues ya no se trata de un problema, es que desde el carozo económico de la Unión Europea como son Alemania y Francia, ya se impulsa con ímpetu la puesta en marcha de un eufemístico plan de competitividad que en realidad lo que intenta establecer es la lisa y llana intervención en los procesos de negociación colectiva sindical, la flexibilización del empleo y la reducción del salario mínimo. En España, por ejemplo, los sindicatos pelean para que el Gobierno no sea "tan duro" con quienes pretenden acceder a los seguros de desempleo y ayude a facilitar una reinserción laboral que parece quimérica. Sarkozy, Merklen, Berlusconi y Cameron, están firmes y son respaldados en las urnas. Le Pen crece, Rajoy amenaza con arrasar al partido de Zapatero, que de socialista y obrero nada tiene. Roberto Begnini y Nanni Moretti, dos actores, son la cara de la oposición del Cavaliere. Los inmigrantes son los nuevos destinatarios del odio ante la crisis. Como se ve, la cosa va en serio.

Fronteras afuera, las hoy deprimidas potencias europeas junto a EEUU -que dicho sea de paso, no para de empapelar el mundo de dólares para paliar sus propias flaquezas- anunciaron su intención de regular los precios del mercado de las commodities para frenar la suba de los alimentos a escala mundial, que vaya novedad, no es patrimonio del Gobierno K ni de las políticas del polémico Guillermo Moreno. El hoy defenestrado Fondo Monetario Internacional advierte en un informe que a escala planetaria, durante el último semestre, los productos alimenticios se dispararon un 35%. La FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación) señala que los niveles se encuentran en los más elevados desde que existe una medición de ese tipo (1990). El núcleo duro de Occidente hará lo posible para ajustar las clavijas y presionar en pos de sus intereses, que siempre, a lo largo de la historia, se han contrapuesto con los del denominado mundo subdesarrollado. Por ende, el panorama para economías como la Argentina no es de lo más alentador.

¿Y entonces, qué hacemos desde el sur del mundo? En primer término, levantar la puntería, ser buenos entre nosotros, sacarse las anteojeras y evitar comer pan-con-pan. En materia sindical, es claro entonces cuál es el objetivo discursivo instalado desde los medios -y acompañados por un abanico político que va desde el radicalismo al neoliberalismo del PJ disidente y el PRO- es emular el modelo europeo en pos de atraer inversiones e ingresar al mundo. Por eso, a tener mucho ojo cuando se ataca indiscriminadamente a la corporación sindical -aunque muchas veces sea más que razonable y justificado hacerlo- porque queriendo o no lo que se hace es dispararle a un modelo -imperfecto, obviamente- que no tiene parangón en los países vecinos respecto a la toma de decisiones, a la configuración del poder local y a la participación de los trabajadores en la distribución del ingreso. Retomando: mientras en las vísceras de Europa se tiende a la disgregación gremial y a una flexibilización sin precedentes, en la Argentina los gerentes de las metalúrgicas se afilian a SMATA para ganar como los laburantes, se planteó como nunca una pelea sin cuartel contra el trabajo esclavo y el no registrado, los piquetes de Moyano y otros es para mejorar la calidad de vida de los que trabajan no para evitar caerse del sistema como en Mirafiori, las paritarias se desarrollan con normalidad pese a las turbulencias lógicas de la negociación, se baten record de producción y consumo. Al menos, da para pensarlo.

Respecto a las commodities, hay que estar bien alertas. Una regulación impuesta por el poder financiero mundial afectaría directamente al hueso de los países emergentes y sus posibilidades de crecimiento autónomo. La estrategia argentina de oponerse a tal iniciativa junto a Brasil en el G-20 apunta a defender la economía del bloque Mercosur de esos ataques, ya que la región puede llegar a correr grandes riesgos si la jugada europea-norteamericana prospera. No sería de extrañar que se refloten, en versión reciclada, acuerdos comerciales harto desfavorables para así integrar las economías globales en pos del beneficio de toda la humanidad. Pese a los pronósticos agoreros, la producción de nacional de alimentos crece y provee de divisas a un Estado que ha tomado fuertes decisiones intervencionistas y que necesariamente debe seguir haciéndolo.

Por eso, como se dijo, hay que observar bien lo que sucede alrededor, saber dónde uno está parado y escuchar con atención qué es lo que se ofrece a nivel dirigencial con todas estas variables que, sin dudas, marcarán el rumbo de la calidad de vida de los argentinos en los próximos años.

La progresía nacional


Ser progre es toda una marca, una posición. Aventuro que hoy día no es más que una postura estética (dietética), un conjunto de clichés y slogans políticamente correctos que buscan cierto grado de repercusión provocativa o transgresora. Es entrecomillar seguido desde un “me parece que…”. Así todo, el difuso concepto de lo progre, no deja de ser una cara distinta de la moneda liberal acentuada con la muerte de los “grandes relatos” anunciada por Lyotard y compañía, donde dentro de la atomización de “causas” (?) caben la militancia –con las ONG como punta de lanza- pro marihuana, la defensa de los pájaros violetas de la Cachemira y de los caballos arriados por cartoneros, entre otros ejemplos sustanciosos. Encuentran su razón de ser en los centros urbanos, se declara anticlerical y portador de una verdad que no se sabe bien qué significa, pero que contiene un aire de superación a la hora de la entonación o armado de enunciados que destila maravillas y genialidades. Un progre argentino, es un liberal de izquierda a la norteamericana, he dicho y que venga el Belgrano Cargas de frente (?).


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El progre se indigna ante la injusticia, ante un mundo canalla, ante la deshonestidad, ante muchísimas cosas más. Pero no se indigna no así nomás. Lo hace desde un reservorio moral que lo tiene como protagonista excluyente y quien se atreva a cuestionar su intrincado e inmaculado itinerario corre con riesgos de los fuertes: ser acusado de traidor, de ladrón y de cuanta fechoría uno imagine. Desprecia al “poder”, sin situarlo/identificarlo aunque sea por aproximación a “algo. No. Puede ser desde un gobierno sudaca a una ballenera noruega.


A su vez, ante cualquier sacudón provocado por las tensiones del mundo real no duda en desmarcarse y desde afuera de la escena arrojar misiles dialécticos donde lava su conciencia, porque, como buen liberal, tiende a recluirse en su ser. El espejo de Narciso no lo falla nunca. Las culpas, las zancadillas, las canalladas, siempre son de los otros, jamás del progre porque no se embandera; a lo sumo, si lo hace, es temporario porque seguramente a quien dice respaldar lo invadirá en algún momento la ambición, el negociado o cualquier otro sentimiento maligno e irracional que determinará su eyección del grupete.


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La tradición progresista nacional tiene una fuerte impronta de la Revolución Francesa que tuvo como ejemplares sobresalientes a los jacobinos de Moreno en los albores de la Nación. Netamente eurocentrista y liberal, pone el acento en la necesidad imperiosa de arrancarle a las masas indolentes la necesidad de aferrarse a las cadenas de la opresión, por medio de la “educación”, a modo de clarividencia. Así de superados actuaron los Moreno y compañía (con muchos aciertos y valentía harto comprobada), como también lo fue Alberdi hasta que apareció Rosas y pateó el tablero de lo hasta ahí conocido, con sus muchas luces y sus muchas sombras.


La progresía nacional de entonces fue tenazmente unitaria, racista, vanguardista. El rosismo fue el enemigo a vencer durante décadas, a punto tal, que su odio a la figura de ese (controvertido, obviamente) caudillo popular los llevó a respaldar el bloqueo anglo-francés emblema de Obligado, actos de sabotaje y de cipayismo difíciles de tolerar.


De esa banda de iluminados por los libracos europeos, Esteban Echeverría fue de los personeros más destacados durante los años del Restaurador. En el célebre “El Matadero”, arroja varias puntas que ayudan mucho a la hora de interpretar el pensamiento de esa progresía incomprendida por las masas populares. Allí, relata, desde la incomprensión total, que “el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento”; que “varios muchachos gambeteando a pie y a caballo se daban de vejigazos o se tiraban bolas de carne, desparramando con ellas y su algazara la nube de gaviotas que columpiándose en el aire celebraban chillando la matanza. Oíanse a menudo a pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día, palabras inmundas y obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la chusma de nuestros mataderos, con las cuales no quiero regalar a los lectores”. Es la animalidad, el asco moral ante tanta mugre, ante tanta chusma, como dice el cajetilla unitario que termina reventando como escuerzo, donde la “fuerza y la violencia bestia (…) son vuestras armas; infames. El lobo, el tigre, la pantera también son fuertes como vosotros. Deberíais andar como ellas en cuatro patas”. Echeverría, escribió el “Dogma socialista.


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El socialismo en la Argentina es la expresión más contundente de la estirpe progre a nivel organizativo, partidario. Ya llegaremos. Antes, cómo dejar de lado la historia progresista de los Mitre-Sarmiento-Roca. Imposible. Mitre, fundador de La Nación, reivindicado por la historiografía marxista argentina en el siglo veinte producto de su comprobadamente erróneo método (?) del devenir.


Sintéticamente, como fue quien llevó adelante el corrimiento de las estructuras políticas y culturales precapitalistas (la de las provincias, las del Interior, las populares), no lo quedaba, gracias a las gambetas de la dialéctica, otra que llevar el estandarte civilizador y capitalista, lo que determinaría la aparición paulatina de proletarios, que en los años subsiguientes, concretarían la revolución social (¿???????????). Roca, por caso, expulsó al representante del Vaticano en el país. Qué decir del sanjuanino que no se conozca.


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Ya a fines del siglo XIX aparecía el PS –se anunció, eh- y todo cambiaba. Como se dijo, el equipo de Juan B. Justo fue el emblema de la progresía bienpensante. Casualidad o no, su periódico se llamó “La Vanguardia”, toda una declaración de principios. Tuvo un aporte valioso a la política vernácula, pero siempre desde ese mismo lugar iluminado reforzado por las corrientes inmigratorias que arribaban al país y que acarreaban en sus harapos tradiciones comunes (volvemos: la llama progre es eurocentrista y netamente liberal). Para su pesar, el relato histórico no difería demasiado del liberal/oficial aunque “desde otro lado” se diferenciase. Jamás penetraron en esas masas morochas del “atrasado” interior, caudillista, hispánico, esclavista. Pero, como se reiteró, de arraigo popular, poco y nada a pesar de haber obtenido el primer diputado de América bajo ese signo como fue Alfredo Palacios. Su cientificismo se fue por las cloacas.


El yrigoyenismo populista fue enemigo del socialismo y lo confinó a un sitio de permanente crítica pero de escasos logros concretos a pesar de ser quienes estuvieron en “la vanguardia”. Tras la Década Infame y la irrupción del peronismo, quedaron en orsai para nunca más volver, de la mano de sus primos lejanos radicales: golpismo, desprecio por lo popular, alianzas con lo peor de la sociadad. Por eso resultan tan poco creíbles cuando esgrimen los trapos del “convencimiento ideológico” y no del “oportunismo de las alianzas”.


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Esa tradición, perdura. Tras el fracaso alfonsinista, la progresía (con el intermezzo del PI en los ’80) encontraría en pleno menemismo su razón de ser en cierto frentismo difuso que iba desde la incipiente CTA hasta lo que finalmente se conocería como el Frepaso. Para muchos, la ecuación cerraba por todos lados: el gobierno más entreguista de todos los tiempos levantaba el estandarte peronista. Allí, muchos progres de estirpe simiesca gozaron, como los Frepaso. Ésta última expresión política, compuesta por ex pejotas, comunistas y demases sueltos, es un emblema en cuanto a lo años que nos tocan vivir. ¿Si el Frepaso no es progre, qué otra cosa puede serlo? Nada: porteños, bienhablados, claritos de piel, pregoneros de la honestidad.


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Y hoy subsisten entre nosotros. Nos dan lecciones de vida, de moral, de buenas costumbres. Nos adoctrinan con honestidad, desde lejos, sin mancharse, desde su inviolable individualidad. No usan levita ni galeras. Hoy piden “free pot”, liberación de las mujeres islámicas, que “ningún pibe nace chorro” (¿Alguno nace garca, facho, solidario, peronista o biólogo?). Se enojan fácilmente, suelen recaer en la autodenigración permanente, se sienten incomprendidos por culpa de la ignorancia, la prepotencia y las avivadas de los advenedizos.


Nos enseñan. Nos educan. Están más allá, comprometidos con lo que les sucede. Algún día, construirán un mundo mejor.